Participaron en la elaboración de este cómic, con guión de Pablo Calvo y bocetaje de David Carnerero, los siguientes dibujantes (por orden de viñeta): Pilichi, Rocío Acedo, Feynman, Isabel, Juanma, Laura, Lui Sin, Jairo Jiménez, Al Peral, Pau Guerra, Bravo, Pablo Calvo, Coral Pámpano y David Carnerero. Ello fue posible gracias a la iniciativa de la Asociación Juvenil Cultural Yokesé, organizadora del Ruta Rock, y a la colaboración de la Asociación Cultural de Amigos del Cómic de Extremadura (ExTreBeO) y de diversos ilustradores de Valencia y San Vicente de Alcántara.
Contrabando en la Raya
Como
tantas otras veces, al caer la noche, cruzamos la Raya, arrumbados
por un no sé qué de esperanza e incertidumbre. Arrumbados, en tanto
que guiados por la necesidad, aunque también en tanto que echados a
un lado, arrinconados, como cachivaches olvidados en el desván.
Pero, paso a paso, comencemos por el principio.
Miren.
Yo no soy especial. Sólo un hombre al que le tocó aquellos años de
hambre después de la guerra, y que se fue haciendo duro sin darse
cuenta. Por el día éramos campesinos. Aquella tarde machamos el
trigo (el centeno) en la era a golpe de manguá. En los pies sentía
el trepidar de la tierra al romper los haces en frenético compás.
Tira y vá. Tira y vá.
Después
de la jornada emprendimos en camino de regreso a casa, donde ya la
madre esperaba hacía rato a sus hijos.
Cenamos
en la cocina de casa. Bien queríamos quedarnos al calor del hogar y
escuchar el crepitar del fuego y nuestras voces, y el arrullo del
viento en los cristales y las risas de los niños y... (suspiro).
Pero la necesidad era mucha. Por eso, al caer la noche, éramos
contrabandistas.
Esa
noche, como tantas otras, mi hijo mayor, Paco, y yo, fuimos a Os
Galegos por La Fonteñera para contrabandear café. Aunque nos
dirigíamos frases de aliento, en aquella soledad, volvimos a sentir
el silencio de la Sierra de San Pedro sobre nuestras cabezas, sólo
quebrado por nuestros pasos furtivos y el murmullo de la rivera.
En
la tienda de la senhora Francisca compramos todo el café que
podíamos cargar en sacos de esparto a la espalda. Ya ella nos avisó:
“Abram bem os olhos ao voltar. Tenho ouvido que vão controlar
muito a fronteira nestes días.” “Ya sabes, Paco. Si nos ven tira
el saco y sal a toda prisa.”
En
medio del campo, aún en territorio portugués escuchamos los
silbatos y la ronca voz de una pareja de guardinhas: “¡¡¡Alto!!!
¡¡¡Parem!!!”. “Corre, hijo. Por lo que más quieras, ¡corre!”
Paco
consiguió escapar. Por lo menos habían cogido a uno de nosotros y
recuperado un saco repleto de café, por lo que quizá me dejasen
marchar. El que me sujetaba llamó a su compañero: “¡Deixa esse!
Ao menos apanhamos a un destes filhos de puta.” El otro descargó
su ira sobre mí, trazando surcos en mi rostro, cicatrices marcadas
como por violento arado en tierra ajena. “Quando eu te disser que
pares, tu páras!”. Pero Paco, mi hijo, había conseguido escapar.
De
nuevo nos encontramos en la Raya, aún de noche, al lado del hito de
piedra, del mojón que separa España y Portugal. Mi hijo, que había
salvado parte de la carga, no podía contener las lágrimas: “¿Qué
le han hecho, padre?” “Tranquilo, Paco. Me han dejado ir.”
Acordamos que hasta llegar a zona segura iría yo delante, y él me
seguiría a 20 metros como poco.
Aquella
noche aún tuvimos más sorpresas. Cuando se acercaba el amanecer me
pararon dos guardias civiles. Sabían que venía de contrabando, y
también que no llevaba nada. “¿Cómo llevas así la cara?”, me
decían entre risas. “A éste no le sacamos hoy nada. Ya le han
dado lo suyo.” Pero aquellas risas ya no me afectaban. Sólo temía
por Paco, escondido entre las jaras. Y por el dolor de Paco, que iba
acumulándose en su corazón silencioso, que le había hecho hombre
antes de tiempo.
Con
el amanecer vimos nuestra casa al final del sendero, y allí el
hogar, el descanso. Mi mujer me limpiaba las heridas y, sin darse
cuenta, repetía como en un ensalmo: “¿Cómo te han podido hacer
esto? ¿Cómo te han podido hacer esto?”.
Quizá,
al cabo de los años, nuestros descendientes entiendan por qué, al
caer la noche, salíamos a cruzar rayas, fronteras, líneas
imaginarias. Nos tocó la pobreza y el hambre tras la guerra. Quizá,
incluso, en un futuro, alguien nos dediqué unas líneas, unos
versos, una canción. A nosotros nos basta, al menos, con mantener la
memoria.