Clint
Eastwood,
cuando estrenó su “Sin Perdón” (Unforgiven,
1992), comentó que, a su parecer, aquella debería ser la última película del
oeste. De hecho, con ella su director rompe con los viejos tópicos del género,
abordando la narración desde una visión más realista, profunda y humana: el
pistolero mata, sí, pero queda la duda, la culpa, los fantasmas… Algo así,
creo, debió pensar Alan Moore cuando
escribió el guión de, en mi opinión, su obra más redonda, “Watchmen”: este
debería ser el último cómic de superhéroes.
Imaginemos lo siguiente: los superhéroes
existen de verdad, conviven en la sociedad como un ciudadano más, pero cuando
lo estiman oportuno se disfrazan, se ponen unas mallas, una capa, una máscara o
antifaz, y salen a la calle a defender aquello que creen justo. No tienen
poderes especiales, no pueden volar ni saltar desde un quinto piso y caer
elegantemente sobre las calles de la ciudad, en pos del cruel villano. No. De
hacer esto sin más ni más se partirían la crisma contra el acerado de Nueva
York, Manhattan o Gotham City, como prefiráis, como el común de los mortales.
¿Qué mueve a una persona a dar ese paso? ¿Por qué plantearse esa personal lucha
contra el crimen? ¿Un anhelo de justicia y libertad? ¿Deseos de venganza?
¿Egolatría? ¿Necesidad de huir de uno mismo? ¿Trastornos de personalidad? Alan
Moore parte de esta perspectiva en “Watchmen” presentándonos un variopinto
abanico de personajes de todo tipo y condición: el Comediante, Rorschach, Ozymandias, Búho Nocturno, Espectro de
Seda, el Doctor Manhattan… Cada
uno de ellos tiene su pasado, su formación humana, sus pasiones y
frustraciones. De todos ellos, el único que posee poderes es el último: debido
a un accidente, Jon Osterman queda
convertido en un ente sobrehumano, con capacidad para crear y destruir a su
antojo, para moverse en el espacio y el tiempo: un dios que va progresivamente
deshumanizándose y alejándose de todo lo que hasta entonces le rodea o le
preocupa.
Con este planteamiento se va
desarrollando esta novela gráfica en doce capítulos, con un guión detallista,
denso y profundo, con cuestionamientos morales y filosóficos. El dibujo de la
obra corre a cargo de Dave Gibbons,
que responde al reto con un estilo preciso y detallista, con dominio del plano
y del encuadre.
No ha sido “Watchmen” el último cómic de
superhéroes, pero, sin duda, ha marcado un antes y un después en ese género en
el que ahonda e investiga y que, a mi parecer, eleva y trasciende.
Pablo Calvo
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